Las horas han muerto
(Flavio Cruz)
Las horas han muerto,
heroicas y súbitamente,
ni el destello de un rayo las alcanzo,
han muerto sin dioses falsos,
sin agobiantes lamentos,
sin menguar un suspiro,
sin pretender un después.
Las horas han muerto,
y ya no hay luz en los rincones,
ni puertas de ocaso, ni sueños de amanecer,
las horas han muerto sin comprender la agonía,
sin contemplar sus ayeres,
ocultando su diáfano “porque”,
su turbio y prestado resplandor,
sin perdonar el tiempo acumulado en sus entrañas.
Las horas han muerto,
y las flores desgajan de la tarde sus aves amarillas,
para posarlas en el cuenco de este adiós,
de golpe miro las calles y me aturden,
es que las horas han muerto y no hay demora, no,
me empujan sus pliegues
y el umbral vacio pregunta por los dos,
la plaza, la esquina, las sombras, la estación,
se arañan el silencio porque aun no lo saben.
Y es que han muerto sin pasado,
sin un beso, ni una caricia, ni un mirar,
sin rastros que divulguen su soledad,
sin salpicadas huellas
que pronuncien algún impostergable desandar,
muertas, con los ojos firmes,
sin rasgar algún recuerdo,
sin golpear una mendiga razón.
Las horas han muerto,
y el sol lleva en sus espaldas poesías fugaces,
enrojecidos pedazos del alma,
palabras que atormentan los silencios
de un supuesto grito clamando su perdido amor,
mientras estampa en el cielo un crepúsculo sin ciencia, ni dios,
sin ángeles, ni estrellas, ni lunas de platón.
Las horas han muerto,
y la noche cegó al fin en mi horizonte su suerte,
dejando la nada, ni siquiera olvidos,
ni pretextos, ni preguntas, ni perdones resentidos,
las horas han muerto,
y en mi corazón se apagaron de golpe los deseos de verte,
ya no volverán, porque las horas,
aquellas horas han muerto aquí, hoy y para siempre.