Hoja de Otoño
(Flavio Cruz)
El viento mecía los ruegos del día desde hace unas horas, y a unos tres metros del suelo, en una de las ramas de la Morera, tiritaba el cuerpo seco de una de sus últimas hojas, ya había pasado la florida primavera, también el verano estival, y el pálido otoño pronto llegaría a su fin. Su limbo apenas flameante, ondeaba un tiempo nuevo, el sol exclamaba en su herida luz, murmullos de cambio al oeste, ya lo sabían lapachos y nogales, el naranjo y sus azares, lo sabían los girasoles, y en su milenaria voz también el maíz y el cerro.
Pero hendida en su vaivén, toda su anatomía se aferraba con energía a su tallo, y se negaba al beso cruel de su verdugo, ese viento insultante que acechaba sin tregua alguna, conocería de sus fuerzas y su amor a la vida, mientras que entre las nubes reía, con ases de ironía, la defoliación inminente de los años.
De golpe allí en su lecho, ausente de aquellos aromas que la perfumaron, detenida al instante, en donde nació y creció, donde su orgullo verde esperanzo tantas miradas, y embelleció el patio con su frondoso temperamento, allí donde no fue ni zarcillo, ni espina, nunca, porque su poder de hoja lo podía todo, su enérgico vigor la mantuvo días y noches, con sol y con lluvias, erizando su aleteo vital hasta estremecer su mutación. Y hoy, aun así, las flores le niegan su color, el equinoccio le da la espalda, las aves ya no le cantan, se fueron, volaron hacia otros horizontes, dejando tan solo una estela de olvido, un silencio enredado en su amarillenta nostalgia, y ahora ya lo sabe, debajo una alfombra dorada la espera para estrechar su final.
Vuelve el viento, ese viento que mecía los ruegos del día, su verdugo, y no perdonó, soplo sin medir fuerzas aprovechando su resignada agonía, y en su debilidad la desprendió de su vaina para así caer abatida al abismo, con el peso irrefrenable del universo.
Tras de ella caerían sus hermanas marchitas, y desatarían en pocos días el invierno mas frio e intenso de los últimos años.